Cordial saludo


Ser niño en un país atravesado por la violencia
El libro No estamos hechos de azúcar. Memorias de infancia de Colombia, de Andrei Gómez Suárez, se inscribe en una tradición literaria universal que, hoy día, cuenta con innumerables obras de gran valor de adultos que escriben sobre sus dolorosas vivencias de niños viviendo en países en guerra.
Hace pocos días tuve una grata sorpresa cuando me invitaron a presentar un libro de una joven editorial colombiana, Fuller Vigil —liderada por un periodista anglocanadiense, Richard McColl, radicado en Mompox—, que ha comenzado a publicar libros en inglés. Una prueba más de que nos encontramos en un mundo cada día más global. Su obra The Mompos Project es una muestra de ello.
El libro que tuve el privilegio de presentar se titula We are not made of sugar. A childhood memoir from Colombia (No estamos hechos de azúcar. Memorias de infancia de Colombia), cuyo autor, Andrei Gómez Suárez, pasa la mitad de su tiempo como investigador asociado de la Universidad de Londres y la otra mitad como miembro del equipo de paz en las negociaciones con la disidencia del ELN Comuneros del Sur, en el departamento de Nariño.
Lo primero que hice fue intentar comprender el título del libro. Y descubrí, indagando aquí y allá, que la expresión “no estamos hechos de azúcar” se utiliza en las naciones de habla alemana para que, ante los desafíos que debemos enfrentar en la vida, respondamos con valentía y afrontemos las dificultades.
Y este es el principal mensaje que quiere enviar Andrei Gómez con su libro de memorias sobre su infancia en un difícil momento, en el cual sus dos padres, comunistas y profesores de la Universidad de Nariño, debieron afrontar el brutal genocidio que sufriría la Unión Patriótica y sus miles de muertos y desaparecidos. No es una casualidad que el primer capítulo del libro se titule “La muerte de mis héroes”.
La obra comienza con el asesinato del entonces líder de la Unión Patriótica, Jaime Pardo Leal, quien en una visita a Pasto les había dicho a sus padres que sus días estaban contados y, en efecto, a los pocos días fue asesinado. Este hecho le produjo pánico al entonces Andrei niño de que sus padres también fueran asesinados. “Si mataron a Jaime Pardo, podrían matar a mis padres. ¿Puedo protegerlos? ¿Qué nos pasará?”
Luego se refiere a los asesinatos de Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y muchos otros líderes políticos de distintas tendencias ideológicas y afirma con angustia: “Están asesinando a todos mis héroes”.
Una tradición literaria
Este libro se inscribe en una tradición literaria universal que, hoy en día, cuenta con innumerables obras de gran valor de adultos que escriben sobre sus dolorosas vivencias de niños viviendo en países en guerra.
Uno en especial es valorado como un clásico: la obra del escritor keniano Ngugi wa Thieng’o (1938-2025) Sueños en tiempos de guerra: memorias de la infancia. Sus obras, escritas en kikuyo, no solo sirvieron para consolidar la defensa de las lenguas africanas como herramienta de autonomía cultural, sino que marcaron un antes y un después en la literatura poscolonial africana. Su deceso en 2025 fue muy lamentado. El presidente de Kenia, William Ruto, lo calificó como una “figura emblemática de las letras africanas”.
Hacía falta un relato similar en Colombia, pues, a pesar de ser un libro muy íntimo, la obra de Andrei Gómez puede ser, a su turno, leída como un relato testimonial de toda una generación que ha vivido bajo el fuego cruzado de las armas.
Una situación inusual
En el país, en los últimos meses hemos vivido dos hechos de enorme significación, los cuales no hemos analizado con la debida atención: por una parte, el juicio que enfrentó al expresidente Álvaro Uribe con el senador Iván Cepeda y, por otra parte, el asesinato del precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay.
Los tres, Uribe Vélez, Cepeda Castro y Uribe Turbay, tienen un rasgo en común: son huérfanos de padre o de madre, quienes fueron asesinados en distintos episodios.
El juicio que enfrentó a Uribe con Cepeda fue, además, muy inusual: el padre del primero, Alberto Uribe Sierra, cayó asesinado el 14 de junio de 1983 por miembros de las FARC. Y el padre del segundo —miembro del Secretariado del Partido Comunista— fue asesinado una década más tarde, el 9 de agosto de 1994, por miembros de la fuerza pública en alianza con organizaciones paramilitares.
Y Miguel Uribe sufrió la pérdida de su madre, Diana Turbay, quien murió en un intento fallido de rescate el 25 de enero de 1991 cuando estaba secuestrada por Pablo Escobar. Todos los actores del drama nacional de la violencia están presentes en estos tres episodios: la guerrilla, agentes del Estado actuando al margen de la ley, organizaciones paramilitares, traficantes de drogas ilícitas.
Pero no son casos únicos. Tal como se puede observar en el cuadro siguiente, a pesar de que solo se refiere a un número limitado de casos, es impactante constatar el gran número de precandidatos presidenciales cuyos padres o familiares próximos fueron asesinados, así como el gran número de líderes políticos que han ocupado u ocupan cargos públicos de alta relevancia que han vivido la misma dolorosa experiencia. No sé si existe un caso similar en el mundo.
Es, sin duda, sorprendente el altísimo número de hijos de políticos asesinados que aspiran en las elecciones que se avecinan a ocupar el lugar que les negaron a sus padres: la silla presidencial.
¿Qué significa para la vida nacional un universo de líderes políticos de primera línea afectados por causa de la violencia? Se trata de una dura pregunta que todavía no puedo responder.
Líder político | Familiar asesinado | Fecha | Cargo público ocupado o que aspira ocupar |
Álvaro Uribe | Alberto Uribe | 14 de junio de 1983 | Expresidente |
Iván Cepeda | Manuel Cepeda | 9 de agosto de 1994 | Precandidato presidencial |
María José Pizarro | Carlos Pizarro | 26 de abril de 1990 | Precandidata presidencial |
Miguel Uribe | Diana Turbay Miguel Uribe | 25 de enero de 1991 11 de agosto 2025 | Precandidato presidencial |
Juan Fernando Cristo | Jorge Cristo | 8 de agosto de 1997 | Precandidato presidencial |
Juan Manuel Galán | Luis Carlos Galán | 18 de agosto de 1989 | Precandidato presidencial |
Carolina Corcho | Freddy Hernán Corcho | 2 de nov. de 1995* | Precandidata presidencial |
Miguel Gómez | Álvaro Gómez | 2 de nov. de 1995 | Precandidato presidencial |
Aníbal Gaviria | Guillermo Gaviria | 5 de mayo de 2003 | Precandidato presidencial |
Rodrigo Lara Sánchez Rodrigo Lara Restrepo | Rodrigo Lara | 30 de abril de 1984 | Exalcalde de Neiva Zar anticorrupción |
Alejandro Éder | Harold Éder | 1965** | Alcalde de Cali |
*Es impactante constatar que mismo día del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado fue asesinado el padre de la exministra de Salud Carolina Corcho.
**Se desconoce la fecha exacta del fallecimiento de Harold Éder, secuestrado por las FARC.
Sin lugar a duda, el asesinato de un familiar puede desencadenar reacciones de distinto tipo: en unos, un profundo resentimiento y deseos de venganza; en otros, crear un camino de reconciliación. Esta fue la vía escogida por Andrei Gómez tras la dura experiencia vivida por el movimiento en que militaban sus padres, la Unión Patriótica: un compromiso profundo con la paz.
Crecer en un clima de violencia
En este libro de memorias de infancia, el autor recuerda las palabras de un viejo comunista que les decía en aquella época que Pasto era “un remanso de paz mientras el resto del país se hunde en las llamas del conflicto. El día que comience la guerra en Nariño, el país estará condenado al fracaso”. E, igualmente, recuerda el autor los viajes con su familia a Ecuador, una de las naciones más pacíficas de América Latina en aquella época.
Es decir, mientras había un enorme miedo por la militancia comunista de sus padres, había simultáneamente una cierta calma debido al clima de paz que se vivía en Nariño y en la nación vecina. Esa visión idílica ya no existe. Nariño está en medio del remolino de la violencia y hoy en día —¿quién lo podría pensar diez o veinte años atrás?— Ecuador es el país con la tasa más alta de homicidio de toda América Latina: 38,8 homicidios por cada 100.000 habitantes, seguida de Venezuela, 26,2, y Colombia, 25,4, según los datos del portal Insight Crime.
El temor a la violencia en su infancia, aunado al creciente deterioro de la seguridad en su departamento, Nariño, marcó la vida de Andrei Gómez. Pero, a diferencia de otros colombianos que ante las experiencias desgarradoras de la violencia y el miedo tomaron el camino de las armas, del “ojo por ojo, diente por diente”, el autor del libro tomó otro camino: convertirse en un académico respetado, autor de obras fundamentales para comprender a nuestro país y, a su vez, en un activista comprometido con la paz y la reconciliación nacional.
Sus dos obras anteriores, El Triunfo del NO. La paradoja emocional detrás del plebiscito (Ícono, 2016) y Genocidio, geopolítica y redes transnacionales: una contextualización de la destrucción de la Unión Patriótica en Colombia (Universidad de los Andes, 2018), así como su participación en la creación de la fundación Rodeemos el Diálogo (ReD) y su compromiso con la paz en su departamento como miembro del equipo de paz del Gobierno con el grupo insurgente desprendido del ELN, Comuneros del Sur, constituyen una clara muestra de su interés en contribuir a la comprensión del país y a la búsqueda de una salida pacífica a la violencia.
Por estas y otras muchas razones, creo que la lectura de esta obra tiene un enorme valor en la Colombia de hoy, al menos por las dos siguientes: primero, por el profundo anhelo que albergamos la inmensa mayoría de los colombianos de lograr finalmente la paz, y, segundo, por la lectura de un valeroso testimonio sobre el impacto en la niñez de la violencia, sus miedos y sus sueños.
Se trata, sin duda, de una lectura obligada.
Atento a sus comentarios...