El águila y los gallos.
Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas;
y al fin uno puso en fuga al otro.
Resignadamente se retiró el vencido a un matorral,
ocultándose allí. En cambio el vencedor orgulloso se subió a una tapia alta
dándose a cantar con gran estruendo.
Mas
no tardó un águila en caerle y raptarlo. Desde entonces el gallo que había
perdido la riña se quedó con todo el gallinero.
A
quien hace alarde de sus propios éxitos, no tarda en aparecerle quien se los
arrebate.
Se reunieron un día las zorras a orillas
del río Meandro con el fin de calmar su sed; pero el río estaba muy turbulento,
y aunque se estimulaban unas a otras, ninguna se atrevía a ingresar al río de
primera.
Al fin una de ellas habló, y queriendo
humillar a las demás, se burlaba de su cobardía presumiendo ser ella la más
valiente. Así que saltó al agua atrevida e imprudentemente. Pero la fuerte
corriente la arrastró al centro del río, y las compañeras, siguiéndola desde la
orilla le gritaban:
- ¡ No nos dejes compañera, vuelve y dinos cómo
podremos beber agua sin peligro!
Pero la imprudente, arrastrada sin
remedio alguno,
y tratando de ocultar su cercana muerte, contestó:
- Ahora llevo
un mensaje para Mileto; cuando vuelva les enseñaré cómo pueden hacerlo.
Por
lo general, los fanfarrones siempre están al alcance del peligro.
Una zorra hambrienta encontró en el
tronco de una encina unos pedazos de carne y de pan que unos pastores habían
dejado escondidos en una cavidad. Y entrando en dicha cavidad, se los comió
todos.
Pero tanto comió y se le agrandó tanto el
vientre que no pudo salir. Empezó a gemir y a lamentarse del problema en que
había caído.
Por casualidad pasó por allí otra zorra, y oyendo sus
quejidos se le acercó y le preguntó que le ocurría. Cuando se enteró de lo
acaecido, le dijo:
-¡ Pues quédate tranquila hermana hasta que vuelvas
a tener la forma en que estabas, entonces de seguro
podrás salir fácilmente sin problema!
Con
paciencia se resuelven muchas dificultades.
Una zorra saltaba sobre unos montículos, y estuvo de
pronto a punto de caerse. Y para evitar la caída,
se agarró a un espino, pero sus púas le hirieron
las patas, y sintiendo el dolor que ellas le producían,
le dijo al espino
-- ¡ Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has
herido. !
A
lo que respondió el espino:
--
¡Tú tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy
para enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción!
Nunca pidas ayuda a quien acostumbra a hacer el daño.
Una
zorra estaba siendo perseguida por unos cazadores cuando llegó al sitio de un
leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre le aconsejó que ingresara a
su cabaña.
Casi
de inmediato llegaron los cazadores, y le preguntaron al leñador si había visto
a la zorra.
El leñador, con la voz les dijo que no,
pero con su mano disimuladamente señalaba la cabaña donde se había escondido.
Los
cazadores no comprendieron las señas de la mano y se confiaron únicamente en lo
dicho con la palabra.
La
zorra al verlos marcharse, salió silenciosa, sin decirle
nada al leñador.
Le
reprochó el leñador por qué a pesar de haberla salvado, no le daba las gracias,
a lo que la zorra respondió:
--Te
hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca
hubieran dicho lo mismo.
No niegues con tus actos, lo que pregonas
con tus palabras.