miércoles, 28 de mayo de 2025

Miércoles del Retail y Soy Hijo de una madre «psicodivergente

 Cordial saludo

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COLOMBIA - Supermercados La Vaquita queda con único dueño y se alista para crecer - PORTAFOLIO



Supermercados La Vaquita

Supermercados La Vaquita, de Antioquia, vive una nueva etapa por cuenta de una decisión de sus socios, la cual abre paso a que la sociedad Inversiones Vaquita Express, del hijo del fundador, con 9 locales, tome las riendas de la marca. Juan Carlos González, gerente general de la cadena, explica el cambio y los planes de crecimiento.

¿Cuál es la historia de la marca? Nacimos en 1997, cuando don Aníbal Quintero Giraldo - comerciante de la plaza mayorista - compró un punto de venta en un barrio de Medellín llamado Belén San Bernardo y ahí nació Supermercados La Vaquita, en un trabajo conjunto con su sobrino Sergio Zuluaga. Tras el fallecimiento de don Aníbal - hace unos cinco años, su hijo Neider Quintero, lo sucedió.

 Cada uno es dueño del 50% de la marca La Vaquita Supermercados.  Nosotros somos Inversiones Vaquita Express y, por otro lado, Supervaquita La 33 de Sergio Zuluaga. En total sumamos 23 puntos de venta. 

¿Cómo ha evolucionado? La semana pasada don Sergio Zuluaga decidió cambiar la denominación comercial de sus supermercados. Nosotros seguimos con el nombre de Supermercados La Vaquita, somos 9 puntos físicos más la tienda virtual. ¿Y qué implica que la marca tenga menos puntos de venta, qué va a pasar en adelante? Lo que sigue es un plan de expansión y el deseo de seguir fortaleciendo nuestra marca. Hace una semana abrimos un nuevo punto de venta en el Mall Suramérica y hace cinco meses otro en Bello. Y hace un año inauguramos otro en Itagüí. El objetivo es llegar a más hogares de los antioqueños con toda nuestra oferta de valor en Medellín. Tenemos planes de dos puntos más para el segundo semestre.



Juan Carlos González, gerente general de La Vaquita. Cortesía/La Vaquita

¿Cómo les ha ido este año y cómo estuvo el 2024? Nosotros, como Inversiones Vaquita Express, el año anterior crecimos un 6% y vendimos $254.600 millones y este año le apuntamos a un crecimiento de doble dígitos, cercano al 30%. ¿Cómo darán ese salto de crecimiento? Lo primero son los resultados mismos metros de los locales que ya están operación y las nuevas aperturas. 

También estamos en fase de renovación de nuestras tiendas más antiguas. ¿Qué hace que esta marca regional esté entre la lista de las cadenas de retail nacionales, preferidas por los consumidores? Lo primero, es que en estos 28 años se ha trabajado muy fuerte en escuchar y entender el cliente, el entorno y sus cambios. Creo que más que meternos en el bolsillo de los clientes, nos hemos metido en el corazón de los clientes. La gente quiere La Vaquita y entiende que tiene una propuesta de valor muy clara en su fruver y en carnes, por ejemplo. En todo lo que la gente recibe y con las actividades que hacemos, hemos logrado conexión con el cliente. Eso ha sido una de nuestras grandes filosofías y principios desde que don Aníbal Quintero montó la primera tienda: limpieza, sencillez, calidez, calidad y frescura.

¿Cuánto empleo generan? Nosotros somos más de 750 colaboradores y al cierre de este año esperamos completar los 1.000.

 ¿Trabajan las marcas propias? Claro que sí, hoy por hoy las marcas propias representan cerca del 8% del total de nuestras ventas y venimos desarrollando nuevos productos de una manera constante, escuchando las necesidades de los clientes. Es la marca La Vaquita y participamos en 19 categorías con más de 300 productos.



Supermercados La Vaquita Cortesía/La Vaquita

¿Cómo les comunican a los clientes que La Vaquita ya no es tan grande en puntos de venta? Trabajamos bajo el concepto de que somos La Vaquita de siempre. Tenemos más de 100.000 clientes activos en nuestra base de datos y hemos tenido un mensaje muy claro y cercano de que estamos acá, nos sentimos muy orgullosos de nuestro nombre y vamos a seguir creciendo. Y tenemos opciones como el e-commerce y las nuevas aperturas. ¿Entonces cuáles son esos nueve puntos de venta? Caldas, Mall Suramérica (Itagüí), Itagüí san pío, Envigado, Belén, Los Colores, La América, Calazans y Bello. ¿Tienen proyección de en algún momento crecer en otras regiones del país? Tenemos un plan al 2030 en el que nosotros queremos ser una regional muy fuerte, en Antioquia realmente, los clientes nos piden que lleguemos a nuevos territorios y a dónde hemos llegado hemos tenido un impacto muy bonito. apuntarle a hacer una cadena regional muy fuerte en Antioquia. ¿Cómo percibe el ritmo del consumo? ¿Ha mejorado la demanda de productos? Teniendo en cuenta los resultados del primer trimestre, la verdad es que el consumo ha estado mejor que el año anterior que estuvo más contraído. |Vemos a un consumidor con un indicador de confianza y de compra mejor. Sentimos que la confianza del consumidor ha mejorado y se ve reflejada en compra en los puntos de venta, tanto de alimentos como de aseo. ¿Hay algo que le preocupe del clima de los negocios? Esta es una compañía que le apuesta a continuar desarrollando el tejido económico y social, por eso tenemos un plan a 2030. Nuestro presidente confía plenamente en el país y en las inversiones que tenemos que seguir haciendo. Queremos seguir haciendo país y desarrollándolo. Sabemos que hay situaciones que pueden estar complejas, pero hay un optimismo frente a continuar desarrollando nuestro tejido económico y social. REDACCIÓN PORTAFOLIO




Las tiendas regionales emergentes le arañan mercado a grandes cadenas de retail

Tiendas regionales de retail en Colombia.
Foto:Gráfico LR

A Siete marcas con operación delimitada en sus propios departamentos emergen y han conseguido un espacio entre jugadores de grandes superficies
Juan Camilo Quiceno

Colombia es un país con 52 millones de habitantes que demandan bienes de alta rotación y dan vida a un mercado con el tamaño suficiente para convocar retailers de todos los tamaños, locales y extranjeros.

Quizás, el público nacional está familiarizado con Almacenes Éxito, Olímpica y Jumbo, ubicados en el segmento de las grandes superficies; o con Tiendas D1, Ara e Ísimo en el renglón de los formatos de descuento duro. Sin embargo, hay unas marcas que emergen desde las regiones y ya han logrado atraer una masa crítica que sostiene su crecimiento.

Son siete los negocios que atienden a sus localidades y les arañan mercado a las grandes cadenas: Mercado Zapatoca (Bogotá), Euro Supermercados (Medellín), Mercacentro (Ibagué), Megatiendas (Cartagena), Supermú (Medellín), Mercamío (Cali) y La Vaquita (Medellín).

Estos neo-competidores vendieron casi $4 billones con corte a 2023 y ya están entre las 10.000 empresas más grandes del país por el tamaño de sus ingresos; incluso seis de ellas están entre las primeras 1.000 (ver gráfico).}

Gráfico LR
El podio

Al rastrear sus orígenes, Mercado Zapatoca es la superficie más antigua, pues su historia se remonta a 1980 y con 45 años de trayectoria, sus ventas ya superan $700.000 millones.

Hoy cuenta con 18 establecimientos y ha fidelizado una base importante de clientes después de iniciar como un pequeño emprendimiento familiar en Bogotá.

Luego aparece Euro Supermercados, con operación desde 2004 y 15 puntos de venta, apenas 21 años le han bastado para alcanzar una facturación superior a $672.000 millones; una hazaña lograda en el Valle de Aburrá, la casa de un gigante como Grupo Éxito.


Juan Gabriel ÁngelDirector general de Supervaquita La 33

“El reto que yo tengo es abrir hasta donde pueda servirnos, nuestra visión es que eso lo podamos materializar, a la vuelta de cinco años, llegando a 25 tiendas,es decir, 12 tiendas adicionales”.

Luis Alberto HerreraConsultor de Inteligroup

“Hoy, marcas regionales han encontrado un espacio importante con un precio competitivo, cercanía física y con base en la construcción de una muy fuerte cercanía afectiva”.

El podio lo completa Mercacentro, domiciliada en Ibagué, con actividad desde 2001 y unos ingresos que rebasan $671.000 millones; un desempeño apalancado en sus 20 establecimientos.

Luis Alberto Herrera, consultor en retail de la firma Inteligroup, expuso que, en el universo comercial, “siempre se han mencionado como estrategias competitivas la diferenciación, el precio y el nicho”.

El retail, tal como lo resaltó, “se ha centrado en las dos primeras (diferenciación y precio); quienes utilizan la diferenciación, incrementan sus servicios de valor: parking, coworking, cafeterías, mejores áreas de circulación (…) y acompañamiento en el proceso de compra, entre otras”.

Los hard discount (D1, Ara e Ísimo), a juicio del experto, “han desarrollado nuevos proveedores con nuevas marcas, cercanía y eficiencia en los procesos”, pero indicó que estos retailers regionales “han encontrado un espacio con un precio competitivo, cercanía física y con base en la construcción de una muy fuerte cercanía afectiva”.
Los demás jugadores

Megatiendas está domiciliada en Cartagena, pero es la única en el listado que tiene alcance a cuatro departamentos (Bolívar, Atlántico, Magdalena y Cundinamarca) y posee una operación que le deja ventas por encima de $640.000 millones a través de 37 establecimientos.

Aquí también aparece Supermú, otro emergente domiciliado en Medellín, que recientemente cambió sus avisos para dejar de usar su marca hermana, La Vaquita.

“La Vaquita nació en el barrio Belén, hace 27 años, la crearon los hermanos Aníbal y Rubiela Quintero. En algún momento hubo propuestas de valor diferentes y esta familia, que es supremamente unida, decidió tener razones sociales separadas, pero compartir la misma marca, hoy nosotros decidimos también evolucionar”, explicó Juan Gabriel Ángel, director de Supervaquita La 33, sociedad operadora de Supermú.

Sobre el público objetivo, indicó que la marca cubre un espectro grande entre diversos estratos socioeconómicos: “La propuesta de valor apunta a buscar los mejores precios, con un servicio cercano y un portafolio diferente al de los hard discount que, dependiendo de la cadena, llega a hasta 3.500 referencias, nosotros tratamos de tener entre 8.000 y 13.000”.

Frente a posibles planes de expansión, mencionó que “esta es una organización que, desde su origen, cuida bastante el tema financiero, nunca iremos por un crecimiento desmedido que implique endeudamiento”.

“El reto que yo tengo es abrir hasta donde pueda servirnos, nuestra visión es que eso lo podemos materializar, a la vuelta de cinco años, llegando a 25 tiendas, es decir, 12 tiendas adicionales, pero manteniendo este mismo enfoque”, añadió.

Cuando se pensaba que el espacio del retail estaba ocupado por los tradicionales y los hard discount, estas ofertas de superficies regionales toman un pedazo de la torta.
Reyes del comercio minorista tienen alcance nacional e ingresos billonarios

Con corte a 2023, seis marcas dominaron el sector por despliegue nacional y generación de ingresos. Grupo Éxito estuvo en la cúspide con ventas por $21,2 billones; solo su marca Almacenes Éxito facturó $15,7 billones. Le siguieron los dos hard discount que más crecen en el país: D1 y Ara, con ventas por $17,4 billones y $12,3 billones. Un escalón más abajo está Grupo Corbeta (Alkosto), que vendió $11,1 billones; y más abajo, Olímpica ($7,8 billones) y Cencosud ($4,4 billones).

Hijo de una madre «psicodivergente»

Por Andrés García Barrios

Soy el menor de siete hermanos. Mi mamá y mi papá tuvieron siete hijos, nacidos sólo con la separación de un año, y de los cuales, además, uno falleció siendo bebé, víctima de la varicela que mi madre padeció durante el embarazo. Así, no es difícil pensar que ella estaría ya agotada emocional, física y mentalmente cuando yo nací, momento en que hizo explosión ese trastorno que después se extendió de forma crónica y duró hasta su muerte.

Ya era largo el dolor que venía arrastrando: nacida en Cuba, en una familia muy adinerada, era hija única y había sido educada en un ambiente de desmesura religiosa, liderado por su madre y su abuela, y sin el contrapeso de la figura paterna, pues mi abuelo se había ido de casa cuando ella tenía cinco años. Con el tiempo, a ese ambiente de presión y a esta pérdida crucial, se sumó el traslado de toda la familia a México, estando ella en plena pubertad (aclaro, mucho antes de la Revolución). Su matrimonio con mi padre –un muchacho sensible y brillante pero frágil en lo emocional– le brindó momentos de felicidad, pero no pudo protegerla de vivir la maternidad como era lo convencional en sus familias, es decir como una obligación donde no importaban ni los propios deseos ni las propias fuerzas. Así pues, llegó a la edad de veintiséis años, con seis hijos (y el recuerdo de uno de ellos muerto), a su séptimo parto.

Si la vida de mi madre había sido difícil, lo que siguió a mi llegada fue terrible.  Permítanme citar lo que escribí a los trece años en una Modesta autobiografía, con humor y en verso:

Al mes de que había nacido
el niño ya caminaba,
y a los cinco platicaba
como un hombre ya crecido.

Esta descripción no es del todo cierta. Al mes de que había nacido, mi madre entró en una severa crisis que la llevó a un hospital psiquiátrico. Mi padre, de vuelta del trabajo, la había encontrado de pie en un rincón del cuarto, con el rostro desencajado por el terror y una mano levantada para protegerse de la alucinación de un monstruo. El diablo, quizás.

Sus delirios siempre fueron religiosos. Mi padre –según me contó muchos años después– decidió llevarla al hospital donde él mismo trabajaba (era médico y estaba haciendo su residencia en Filadelfia, Pensilvania, ciudad donde yo nací). Ahí permaneció internada once meses, de los que regresó para celebrar mi primer cumpleaños y verme dar mis primeros pasos. Once meses en los que –según me contó ella– sufrió la cotidiana caída hacia un abismo sin fondo, en el que un día sintió estar a punto de quedarse para siempre. Logró salir siguiendo la recomendación de su médico: expresar, aunque fuera de forma desgarrada, lo que estaba sintiendo.

.- ¡Grite! –me contó ella que le decía él.

Aquel remedio se convirtió en su forma de vida. Ya en México, pasaba el día durmiendo o llorando, y aplicada a su mayor afición: leer. Por momentos, recuperaba el aliento, y entonces se vestía hermosa, en el estilo de los sesentas, y paseaba e intentaba ejercer algún empleo (casi siempre como maestra de inglés). Pero acababa de vuelta en casa, llena de dolor e impotencia.

Su otra herramienta –siempre mal empleada, de forma torpe, en exceso– eran los medicamentos, sobre todo los psiquiátricos. No paraba de consumirlos, con gran descontrol. Mi padre, desesperado, y él mismo con pocas herramientas, intentaba darle a todo aquello un cauce diferente. Pero ambos se desbordaron y la catástrofe seguía su curso.

El primer acto de este drama horrible terminó con su separación.

El segundo acto comienza con mi madre sola. Mi padre nos había llevado a todos los hijos a vivir con él, y ella se había quedado con mi abuela. Pero en mi corazón, su soledad era, ya, total. Los gritos pasaron a primer plano, quizás como recuerdo del remedio que había logrado sacarla del hospital: el deseo de aferrarse a la vida hizo que se convirtieran en su mayor recurso. Tendida bajo la fronda de tus gritos, escribí muchos años después, en un texto en el que también describía esa perpetua combinación de belleza y dolor que era su rostro: Tus dientes perfectos / en tu sonrisa rara vez dichosa.

Todo en ella se fue apagando poco a poco: su inquietud intelectual, su ser soñador, su propensión al arte, su gusto por cantar y escribir poesía, por dibujar a tinta en un delicado estilo japonés… Aquello fue sustituido por tomar medicinas (éstas fueron las que al final se la llevaron, a edad bastante temprana), leer novelas rosas y salir de vez en cuando a comprar libros y tomar un café, siempre al mismo lugar.

Recuerdo en este momento las visitas a su casa en el Día de las Madres, con una mezcla de ternura, enojo y terror, un clima de desolación y unas ganas de meterse uno debajo de las cobijas y no volver a salir. Finalmente, su sufrimiento la llevó a numerosas clínicas psiquiátricas y a intervenciones quirúrgicas de lóbulos cerebrales, las cuales no detuvieron su angustia pero sí la hicieron lenta y le quitaron algo de su esplendorosa lucidez. No su belleza y su bondad. Ni, como digo, su sufrimiento.

El final –que ya espoilié hace rato– es que los medicamentos se la llevaron, al parecer sobre todo uno que alivia mucho el dolor de cabeza, pero cuyo abuso endurece lentamente los vasos sanguíneos y acaba con la vida.

El tercer acto es el de la repercusión de todo esto sobre los que estábamos cerca. Su dolor no deja de irradiar aún ahora –cuando ella ya no está–, hacia su entorno. Quizás por primera vez, en este escrito, lo hace –para mí– en la dirección correcta, al compartirlo con ustedes, mis lectores. Pero durante décadas, la fragilidad de mi madre se propagó hacia su entorno de manera totalmente disruptiva sin que nadie nos ayudará de forma eficaz a contenerla. Digo «nos ayudara» y me refiero a mi madre, a mí, a mis hermanos, sí, pero también a todos aquellos que no sabían cómo tratarla ni qué hacer con ella, desde los más cercanos –mi propio padre, abuelos, tíos, primos– hasta aquellos de su entorno social con los que convivía ocasional o cotidianamente: su madre, vecinos, gente que pasaba…

¿Ayudarla? ¿Compadecerla? ¿Huir? Caminaba por la calle, llevaba las fotos de sus hijos y nietos a todas partes, entraba en un café, en una librería, lloraba apenas traspasaba la puerta de casa, y sus gritos se escuchaban día y noche en las casas y departamentos vecinos.

*

Cuando uno da un testimonio como éste, duda que alguien escuche. Para mí, escribir poesía ha sido siempre un intento por remontar esa duda, y algunas veces creo haberlo logrado: Cuánto dolor en ti. Un caballo con las patas enredadas, eso eras, madre. Escribí esto y lo publiqué por primera vez hace años, y recibí, por estas dos líneas, un montón de respuestas estremecidas, sobre todo de mujeres que se veían en esa imagen a sí mismas o a sus propias madres.

Confesar el propio dolor ante una comunidad implica, al menos en casos como el mío, una denuncia («Cada poema es un grito», me decía un conocedor de todo esto). Y a veces –como en el presente artículo– esa denuncia quiere ser explícita y clara. Un ejemplo es señalar que cuando hablamos de «enfermedad» mental no puedo dejar de sentir que nos estamos refiriendo a algo contagioso. Estoy muy lejos de considerar como enfermos a personas que psíquicamente divergen de lo típico. No dejo de lado el sufrimiento que emparenta a muchos de ellos con quienes tienen un padecimiento orgánico, pero estoy convencido de que la llamada «enfermedad mental» no es sino falta de oportunidades para vivir en sociedad siendo divergente.

Este problema, creo, tiene dos partes, ambas asociadas con la obsesión social por la productividad y el rendimiento, y por las relaciones humanas basadas en el intercambio.

En la primera parte, caben aquellas personas que adolecen de eso que Freud llamaba Principio de realidad y que en términos simples se denomina ser realistas: es decir, asumir que vivir es, en cierto grado, sobrevivir, y aceptar hacerlo dentro de determinados cánones sociales de subsistencia y convivencia. Lo curioso es que ese ser realistas se acaba convirtiendo rápidamente (quizás, más rápido que nunca, en el mundo actual) en un desprecio por lo emocional y un elogio de la productividad –material, intelectual, artística, espiritual–, hasta terminar convirtiendo el supuesto realismo no solo en principio sino también en medio y fin de la vida.

Pensemos ahora en estados emocionales profundos que requieren de toda nuestra atención, y que por lo tanto se oponen a esas exigencias de productividad; estados emocionales que no son necesariamente negativos ni destructivos pero que sí compiten –en algunas de sus fases– con las demandas sociales. Es esta competencia la que puede ser paralizante y hasta desquiciante. Para la mayoría, la decisión está clara: se posponen las emociones y se cumple con el mandato, y para conseguirlo tienen muchas herramientas, muchas «motivaciones». Pero para unos cuantos (al parecer, somos cada vez más), la decisión que se impone es la de atender a la emoción. Ciertas situaciones límite nos han orientado hacia una concepción del mundo que pone al frente lo que nos pasa dentro. Tenemos herramientas para vivir con ello, florecer y compartirlo, pero éstas no son del tipo de la «motivación», es decir, no nos mueven los motivos, propósitos y beneficios; no tenemos esos filtros que ayudan a otros a dosificar sus actos. Es así como, ante ciertas exigencias, quedamos como a la intemperie. Estas exigencias son de muchos tipos (no solo laborales, claro), y para algunas mujeres se presentan de forma en especial patente durante el embarazo y el postparto. De hecho, son muchas las que antes de eso no sabían que tales exigencias eran parte estructural de sus vidas, y así, de pronto, se ven sumergidas en un torbellino de responsabilidad y presionadas a realizar algunas actividades y cumplir ciertas funciones que les son ajenas.

Una de las funciones que la sociedad demanda a las mujeres embarazadas o que han dado a luz, es la obligación de sentirse plenamente realizadas con la maternidad; es decir, estar ansiosas por volcar toda su interioridad en su bebé, lucir radiantes, por completo externalizadas (a este «don de la maternidad» se opone la triste imagen de la Bella Durmiente, que es, justamente, la de la mujer que está dentro de sí, amenazada de permanecer virgen, infértil, no tocada ni por el beso de un hombre). De esa manera, mujeres que podrían vivir a plenitud sin la necesidad ser madres, o que están preparadas para vivir la maternidad sin tantas exigencias, deben someterse a éstas y vulnerar todo su equilibrio.

La segunda parte del problema tiene que ver, no ya con mujeres que, de golpe, deben aceptar que divergen de lo típico, sino con la incapacidad que tenemos todos –como sociedad– para aprovechar nuestras divergencias. Y aquí también puedo dar mi propio testimonio. 

Quizás justamente por ser hijo de una mujer con psicodivergencia es que he desarrollado yo mismo una concepción del mundo basada en la solidaridad, la autonomía y la diferencia. He tenido la oportunidad de testificar en mi mismo la presencia de habilidades peculiares que he debido defender toda la vida con gran tenacidad. Un ejemplo es –creo– mi autodidactismo: aceptar que es una habilidad, casi una condición personal, ha sido una lucha sin fin, tan larga como la de intentar cumplir las expectativas paternas/sociales (o sea, patriarcales), puestas sobre mí, sobre todo como varón de mi medio social, en lo académico (¡pero qué me costaba estudiar una carrera!). La lucha ha terminado cuando por fin me he podido sentir orgulloso con mi autodidactismo, pero confieso que no ha sido fácil: aferrarme a esta autonomía significó sumergirme en profundas crisis, crisis que no sólo no le deseo a nadie sino que con gusto haré todo lo posible por ahorrarle a mis semejantes. Ese es en parte el sentido de este testimonio. Lo mismo puedo decir de cierta originalidad de pensamiento y de cierta búsqueda espiritual, cualidades a las que, con la misma tenacidad persecutoria, me vi siempre tentado a renunciar, pero que al final pude salvaguardar por un aún más tenaz deseo de cordura, consistente en aceptarme a mí mismo.

No todos tienen esta suerte. Mi madre no la tuvo. A ella, por desgracia, le tocó vivir una época diferente a la nuestra, sin tantas oportunidades para tomar conciencia. Tuvo de enfrentar batallas más duras, mismas que yo me empeño en valorar, con la gratitud de que me haya dado la vida y poniéndome a mi mismo como testimonio de su lucha. Quiero que mi madre quepa, así, en la vivencia de quienes me están leyendo.

Tal vez sea poco modesto de mi parte decir que represento la mejor parte de mi madre, pero así me gusta. Además, ¿quién dijo que soy modesto?

Cuando un año cumplió Andrés
ya había leído a Cervantes,
y antes de cumplir dos, antes,
el niño ya hablaba inglés…

¡Muchas gracias!

Recordar: la llamada «enfermedad mental» no es sino falta de oportunidades para vivir en sociedad siendo divergente.

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