La felicidad no es un destino.
La felicidad
no es posesiones, poder, popularidad ni nada que se parezca a esto.
La
felicidad de una y otra persona no resiste comparaciones.
La felicidad atañe a
cada individuo y es independiente de su entorno y de quienes lo rodean.
La felicidad es un camino, con dos orillas.
Una, la orilla de la salud, la del tener lo que se necesita o se quiere, la del
ver marchar las cosas bien, la del estar con los que se quiere estar, la del
contar con el aprecio y la armonía de otros, la del progreso en todos los
sentidos, etc. Ésta, llena de desvíos hacia el exitismo, hacia la arrogancia,
hacia el menosprecio por los demás, hacia la acumulación, hacia la idolatría
por lo material, etc.
Otra, la de la escasez, la de la ingratitud de los demás
hacia uno, la de la envidia hacia uno, la de la indiferencia, la de la
insolidaridad, la de la enfermedad, la de los tropiezos, la de la soledad, la
del retroceso material, etc. Ésta, llena de desvíos hacia la depresión, hacia
el desespero, hacia el resentimiento, hacia el delirio de persecución, hacia la
paranoia, etc.
Ese
es un camino que no está libre de baches, barreras u obstáculos, pero se allana,
se afirma y se suaviza con autoestima, con solidaridad, con fe, con claridad de
objetivos, con vivir armónicamente, con amar a Dios, a los demás y a sí mismos.
La felicidad está en el recorrido de ese camino sin tomar los desvíos que te
alejan de tus verdaderos objetivos, planteados en armonía para todo el
universo.
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