Todavía hay ilusos que piensan que en los negocios se puede ganar, a la larga, a expensas de otros.
¿En qué se ha convertido la odiosa practica del regateo?
Primero: en un ejemplo de la desconfianza mutua que se vive en los negocios mal hechos. Segundo: en una muestra de la ignorancia y atrevimiento de quien lo realiza.
En cuanto a lo primero, el que pone el precio lo calcula y como desconfía de que quien le vaya a comprar sea justo al momento de pagarle, entonces sube su precio en la cantidad exacta que habrá de concederle como descuento en el juego. Quien pagará el precio, desconfía de la justicia y rectitud de quien pone el precio y presume que no es ecuánime y que exageró su ganancia. Ambos desconfían del otro. “Oye, dame un descuento” dice quien va a comprar. Quien está vendiendo le contesta: “Claro, déjalo por la mitad que para eso te pedí el doble”.
Si todos somos más confiables, si todos proyectamos confianza y si todos somos justos, pondremos los precios correctos y aceptaremos la buena fe con que otros determinan los suyos.
En cuanto a lo segundo hay que imaginarse la siguiente situación: si el regateo le disminuye la riqueza al que vende, este a su vez en su papel de comprador, al tener menos riqueza, deberá regatearle a quien le compra y así continua la cadena hasta que el círculo se cierra en quien inició la práctica. Al final todos compramos barato, pero tuvimos que vender mucho más barato. ¿Dónde está la ganancia?
Si ponemos los precios necesarios para una justa ganancia, si pagamos al otro reconociéndole su justicia en la determinación del precio, le generamos riqueza y con esta él tiene para comprarles a otros en las mismas circunstancias.
La clave esta en el equilibrio y en ganar lo justo sin querer hacerlo a costa de otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario