En la fase de preparación es
fundamental definir con precisión qué resultado se pretende alcanzar.
Este objetivo debe ser ambicioso.
Está demostrado que mientras más
ambicioso es uno a la hora de afrontar una negociación, mayor empeño pondrá en
la misma y mejor será el resultado que obtenga.
Uno no debe fijarse un único
resultado objetivo ya que probablemente no lo obtenga. Es preferible determinar
un posible rango de resultados válidos. Este rango vendrá determinado por
los siguientes valores:
Resultado óptimo: es el mejor resultado posible.
Resultado aceptable: por debajo del resultado óptimo pero suficientemente bueno para cerrar
el acuerdo.
Resultado mínimo: marca el mínimo aceptable, por debajo del cual no interesa cerrar
ningún acuerdo.
Si el negociador no se fija este
mínimo aceptable es posible que acuda a la
negociación con la convicción de que hay que cerrar un acuerdo a toda costa (como
si no cerrar ninguno fuera el mayor de los fracasos).
El modo de determinar este mínimo
aceptable es valorando cual sería nuestra mejor alternativa en caso de no
llegar a ningún acuerdo.
Por ejemplo, quiero vender mi casa
para financiar la adquisición de una nueva. Si no la vendo tengo las siguientes
opciones: alquilarla (lo que me permitirá obtener una renta mensual), seguir
habitándola (me ahorro los gastos de financiación de la nueva casa), cederla a
un familiar, etc.
De todas estas posibles alternativas
seleccionaré la más interesante y procederé a valorarla. Por ejemplo, si opto
por alquilarla recibiré una renta mensual de unos 1.000 euros, lo que me
permitirá hacer frente a las cuotas mensuales de un préstamo de 200.000 euros.
Por tanto, el precio mínimo que debo
aceptar por mi casa antigua será de 200.000 euros. Por debajo de este importe
sería preferible alquilar la casa antigua y solicitar un préstamo por esta
cantidad.
Si nuestra mejor alternativa es mejor
de lo que la otra parte imagina, es conveniente que lo sepa para que lo tenga en cuenta a la hora de estimar nuestro mínimo
aceptable.
Si, por el contrario, nuestra mejor
alternativa es peor de lo que la otra parte imagina, más vale no comentar
nada (si llegara a conocerlo se debilitaría nuestra posición negociadora).
Además de estos objetivos
principales, conviene también elaborar en esta fase posibles alternativas
por si la negociación no se desarrollase por los derroteros previstos.
También hay que decidir en esta fase
de preparación cual va a ser nuestra posición de partida.
Es la posición inicial que comunicaremos
a la otra parte. Normalmente se encontrará bastante
alejada de la posición de partida del oponente.
Esta posición inicial no es ni mucho
menos la que esperamos alcanzar. Estará
por encima incluso de nuestro resultado óptimo.
Se fija una posición inicial elevada
para poder contar con margen de maniobra por si más tarde hay que hacer concesiones.
No obstante, esta posición de partida
no puede ser tampoco ridículamente
elevada ya que la otra parte la rechazaría
por absurda, no tomándola en serio (con la consiguiente pérdida de credibilidad
por nuestra parte) o renunciando a negociar.
Otro motivo para fijar una posición
inicial elevada es que mediante concesiones mutuas las partes irán aproximando
posiciones, siendo muy frecuente que converjan
en un punto intermedio entre las dos posiciones de partida.
El fijar una posición inicial elevada
hace que este punto intermedio se aproxime más a nuestros objetivos (si bien, la otra parte hará algo similar).
Por otra parte, resulta interesante
intentar determinar cuales pueden ser los objetivos que persigue la otra parte.
Busca un precio barato, calidad,
garantía en los plazos de entrega, busca un buen servicio post-venta, etc.
Esto nos permitirá adecuar mejor
nuestra oferta a sus intereses.
También resulta conveniente estimar cual
podría ser su mejor alternativa en caso de que no hubiese acuerdo.
Fuente: aulafacil.com