El líder es una persona que no duda a
la hora de tomar decisiones: Sabe cuándo ha llegado el momento de tomar una decisión.
Sus decisiones están meditadas, tras
un ejercicio de profunda reflexión.
La mayoría de sus decisiones resultan
ser acertadas.
Cuando se aborda una cuestión
(oportunidad, problema, línea de actuación, etc.) el líder puede disponer de
más o menos tiempo para su análisis, dependiendo de la premura que exista.
El líder utilizará todo el tiempo
disponible para informarse, estudiar el asunto a fondo, recabar opiniones,
discutir, analizar alternativas (todas las posibles) y sus previsibles consecuencias.
Mientras que la
decisión no esté tomada el líder es libre de cambiar de parecer, no se tiene
que sentir atado por su primer punto de vista, no tiene que temer que cambiar su opinión delante de sus
colaboradores pueda parecer un signo de incoherencia.
Es el momento del
análisis y se trata de alcanzar la decisión más adecuada.
El líder favorecerá
dentro de su equipo un clima participativo que mueva a la gente a defender sus
puntos de vista. Durante la fase de deliberación el líder debe favorecer la discusión
y aceptar la discrepancia.
Un subordinado que
dice SÍ a todo lo que opina su jefe es una persona que no aporta ningún valor a
la organización.
Eso sí, una vez
tomada una decisión ya no habrá tiempo para la discrepancia, el equipo debe
actuar a partir de entonces como una piña.
El líder debe
preocuparse de dominar los temas que tenga que abordar y no tener que basarse
exclusivamente en la opinión de los expertos.
No se trata de que el
líder sea un especialista en cada asunto que afecte a la empresa (ello sería
imposible), pero sí debe tener un conocimiento sólido sobre cada uno de ellos.
Esto le permitirá
mantener un punto de vista independiente, tener criterio y poder valorar la
opinión de los expertos.
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