Ofrecer recompensas a los clientes es algo como querer comprar la
fidelidad con regalos. Así funciona en los matrimonios en los que el amor no es
suficiente: se exige una alta dosis de costosas dádivas para que la pareja se
sienta atraída. Pero tarde o temprano la falta de amor no se compensa con el
más costoso de los presentes. Por el contrario, en los matrimonios felices,
como debe ser el de la empresa y sus clientes, el alto nivel de confianza y de
afecto hacia y desde el cliente hace que las recompensas sean medidas en
función de la mejora constante que produce cada contacto entre ambos, más que en función de cualquier otro artilugio.
Saber que el contacto empresa-cliente aporta al engrandecimiento,
origina la fidelidad más duradera que pueda imaginarse. La mejor recompensa es
la que se da cuando el cliente sabe que la empresa está dispuesta a entregar lo
mejor que pueda para su beneficio.
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