Ejecutivos empresariales en su papel económico enuncian estrategias que atentan contra los principios que exigen a los entes educativos que les inculquen a sus hijos. El gerente de mercadeo contrata modelos que aluden sexo para lograr que el consumo del producto aumente, pero no consentiría que su hija adolescente anduviera mostrándose provocativa frente a los hombres.
El gerente de una empresa estimula y acepta que su comprador compre más barato sin averiguar si el proveedor actúa ética, moral y legalmente. Pero critica y censura que al vender pierda negocios por precio frente a empresas que no actúan ética, moral y legalmente.
Casi todos quisiéramos conocer todas las formas para eludir el pago de impuestos, pero criticamos la ausencia de obras y de inversión y la corrupción del funcionario público.
Limpiamos conciencias cuando sabemos a quien favorecer en un negocio, pero diseñamos pliegos de condiciones para que se presenten otros, aunque sólo él cumpla los requisitos.
Quisiéramos que valoraran nuestro esfuerzo y nuestra dedicación, pero despedimos sin piedad al que ya no queremos a nuestro lado.
Quisiéramos que nos valoraran por lo que somos pero idolatramos por lo que se tiene o por lo que se hace.
Criticamos la corrupción, pero justificamos el recibir un gran “regalo” de un proveedor.
Todos queremos que nos den oportunidades de demostrar lo que somos capaces de hacer pero no damos oportunidades al que está creando una nueva empresa al exigirle que la experiencia que se acredite sea la de la empresa y no la de las personas que la componen.
Censuramos a la madre que entrega un hijo en adopción, pero pagaríamos un aborto en nuestra hija.
Clamamos por la autenticidad, pero fingimos todo el día.
Añoramos ser felices pero lo vamos aplazando en función de aparentar lo que queremos mostrar a los demás.
Deseamos manifestaciones de aprecio, cariño, amor, pero malinterpretamos las que vemos entre otros.
Hablamos de solidaridad pero echaríamos de nuestro barrio al albergue de enfermos de Sida que se instale en él.
Hablamos a nuestros hijos de compartir sin egoísmos, pero en “nuestro” armario están guardados “nuestros” objetos que nadie debe tocar.
Queremos que sean agradecidos con nosotros, pero damos la espalda a quien en algún momento nos tendió su mano.
Y es que aceptamos que en los negocios es mejor parecer que ser y así, tal cual, lo trasladamos a la vida cotidiana.
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